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En el mundo hiperconectado de hoy, hacer scroll en redes sociales se ha vuelto un hábito casi universal. Solo en 2020, más de mil millones de personas pasaron un promedio de tres horas al día desplazándose por contenido en línea, y en algunos países ese promedio superó las cuatro horas. Aunque este comportamiento se ha normalizado, investigaciones recientes sugieren que podría estar reestructurando nuestro cerebro y nuestras conductas de formas que apenas notamos… hasta que intentamos parar.

Este fenómeno, a veces llamado “dopamina scrolling”, se diferencia de otras formas como el doomscrolling o la adicción a internet. No está impulsado por el miedo o la tristeza, sino por el sistema de recompensa del cerebro, en especial por la dopamina, una sustancia química relacionada con el placer y la motivación. Cada vez que hacemos scroll y encontramos algo nuevo, un video, un like, un mensaje, el cerebro recibe una pequeña descarga de dopamina.

Lo que vuelve este hábito especialmente adictivo es el sistema de recompensa variable. Al igual que en una máquina tragamonedas, no sabemos cuándo obtendremos algo placentero. Esa incertidumbre nos mantiene enganchados, buscando constantemente el siguiente “golpe” de dopamina. Con el tiempo, el cerebro puede desarrollar tolerancia, necesitando más tiempo en pantalla para obtener el mismo efecto.

Pero el impacto va más allá del placer momentáneo. Estudios han demostrado que el uso frecuente de redes sociales puede alterar los circuitos de dopamina, de forma similar a una adicción a sustancias. También se han observado cambios en áreas cerebrales como la corteza prefrontal (que regula el autocontrol) y la amígdala (que procesa las emociones), lo cual podría aumentar la impulsividad y dificultar la toma de decisiones.

Este fenómeno no es casual. Las plataformas digitales emplean algoritmos basados en inteligencia artificial diseñados para maximizar nuestra atención: auto-reproducción, scroll infinito, recomendaciones personalizadas… todo pensado para mantenernos conectados el mayor tiempo posible. Las consecuencias incluyen distracción constante, menor calidad en las relaciones sociales y un aumento de ansiedad, depresión y fatiga mental, especialmente en adolescentes que reportan estar “casi constantemente en línea”.

Por suerte, hay estrategias efectivas. Estudios recientes destacan la utilidad de prácticas como la atención plena (mindfulness) y el uso de intervenciones éticas de diseño que ayudan a reducir el tiempo en redes.

Comprender la neurobiología del scroll nos permite recuperar el control. Al reconocer cómo se manipulan nuestros circuitos cerebrales, podemos tomar decisiones más conscientes y proteger nuestra atención, nuestro tiempo y nuestro bienestar.